miércoles, 8 de enero de 2020

LA NARANJA PERDIDA



 el 


“Tengo una teoría: partamos del principio de que los elefantes no pesan”, Chiste de economistas.

Elibeth Eduardo | @ely_e


Debo agradecer a Roman Lozinski (@RLozinski) un reciente ataque de nostalgia que lo llevó a repasar el movimiento musical pop venezolano de mediados de los 80s en más de tres horas de programa.
La excusa fue un montaje en el Este de Caracas de un concierto-tributo con las cuatro figuras más representativas de este movimiento: Ilan, Yordano, Frank Quintero y Montaner.
La posterior gira de celebración de los 50 años de carrera artística de Quintero permitió seguir hablando de un movimiento que no sólo marcó a una generación sino que sigue cosechando conciertos, descargas y reconocimientos honorarios como la reciente naturalización por acogida de Ricardo Montaner en República Dominicana.
El arqueo de Lozinski tocó incluso el ingreso de las primeras grandes franquicias al país (McDonald) y el impulso que suponía el auge las telenovelas venezolanas para los temas e intérpretes de la época (¿quién ha olvidado “Por estas calles” de Yordano, aunque la telenovela sea de imposible reposición?).
Todo ello nos hizo caer en cuenta de que la Economía Naranja no es ajena al país. Todo lo contrario. Así que recoger una bandera que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) intenta transformar en el modelo de desarrollo del siglo XXI en la región no supone montarse en una ola sino retomar una ruta de crecimiento de “exportaciones no tradicionales” a la cual que no le dimos suficiente valor cuando estaba ocurriendo.
Quizás lo más importante del proceso iniciado desde el BID a través de la Economía Naranja es que coloca el foco sobre nociones académicas vistas de reojo como el Consumo Cultural y la Sociedad de Conocimiento.
Todas ellas, sin embargo, podrían (y deberían ser) la interesante puerta de entrada hacia la IV Revolución Industrial (IVRI) en la región, más allá de que tal concepto está invariablemente asociado a nociones como robótica, inteligencia artificial y tecnología.
LA CIFRA
70% está creciendo el comercio a través de internet de servicios creativos, por encima de la producción de bienes de este tipo.
REVOLUCIONES APARTE. En este punto hay que destacar que, si nos centramos sólo en el factor mass mediático (no en el tecnológico o de infraestructura) de la Economía Naranja podemos afirmar que la misma no es nuevo en América Latina: la única razón por la que los cubanos no dominaron el mundo con sus telenovelas fue la llegada de Fidel Castro al poder. Del resto, es un hecho que la música afrocaribeña no anglófona le ha dado la vuelta al mundo a partir de la tradición musical de la isla de-donde-son-los-contantes.
Por su parte, la industria televisiva tanto mexicana como argentina le deben al conflicto del fasci-nazismo en Europa la oportunidad de llenar el vacío parcial dejado por Hollywood durante el conflicto mundial: si bien la producción de películas no se detuvo, el volumen de producción de las mismas se redujo luego de declararse la guerra a partir de Pearl Habor.
No obstante, hay que recordar que, aunque solemos pensar que Estados Unidos sobrevivió a la II Guerra Mundial por la industria de armas y el petróleo, lo cierto es que la localidad californiana se apoderó desde entonces del imaginario del mundo hasta el día de hoy, convirtiéndose a principios del milenio en la quinta economía del mundo… si fuera una país independiente.
EN TODAS PARTES. Hollywood, Bollywood (India), Nollywood (Nigeria) y, más recientemente, Wakaliwood (Uganda) representan industrias cinematográficas locales que impulsan tanto el desarrollo económico como el empleo incluso en sectores que no participan directamente de la producción de cine como el turismo o el textil. Del mismo modo, los turcos y surcoreanos están descubriendo a los folletines televisivos como una próspera opción de negocios.
Broadway, el West End londinense, los Campos Elisios parisinos, la industria de la moda en Milán, Silicon Valley (que no es lo mismo pero es igual de Naranja) y el Carnaval de Río de Janeiro son otros ejemplos que permiten ver las dimensiones en impacto local de un sector en el que debemos incluir a las grandes competiciones deportivas globales.
De hecho, por tradición, estos eventos son sorteados para que muchos países tengan la oportunidad de aprovechar los beneficios de su realización que suelen – a la larga – compensar las enormes inversiones que se requieren.
Y, si todos esos ejemplos no fueran suficientes, baste recordar que en poco menos de una década locaciones como Malta, Andalucía, Dubrovnik (Croacia) y Belfast se volvieron importante en los mapamundis de millones de fanáticos de Games of Thones.
El impacto de este show en las economías de España, Irlanda del Norte o Islandia aún se siente ya que se han desarrollado paseos, parques temáticos y hasta juegos de rol, de mesa y de video sobre la zaga de la Canción de Fuego y Hielo.
“La necesidad intrínseca de apropiar, diferenciar y personalizar termina por involucrar a los artistas y creativos en la experimentación e innovación”, La Economía Naranja. Una oportunidad infinita
MENTEFACTURA. Frente a la crisis climática que reta el modelo de desarrollo (y de vida) vigente de la humanidad, al igual que toda nuestra actual civilización, empezar a manejar los conceptos de “mentefactura” y “kreatópolis” para referir a la industria y las ciudades que se mueven hacia la creación de bienes producidos con la “materia prima” más sustentable y renovable: el talento humano se vuelve un imperativo categórico. Para ya.
Avanzar en esa dirección supone un fundamental reto educativo que podría (debería) ser la palanca para superar tanto la pobreza como la desigualdad social.
Visto así, no sorprende que los presidentes Duque (Colombia) y Piñera (Chile) sean entusiastas en la implementación de la Economía Naranja.
Como ya hemos dicho, retomar esa senda en Venezuela supone valorar industrias que antes nos parecían “marginales”, debido a que los montos de sus exportaciones no competían (ni de lejos) con los mejores tiempos de la industria petrolera.
Antes del 2000, sin embargo, esas industrias (“misses”, publicidad, telenovelas, discos) eran en conjunto similares o mayores a las remesas que EFECTIVAMENTE cruzan la frontera en la actualidad, es decir, entre 3 y 4.000 millones de dólares.
Cabe recordar, sin embargo, que la diáspora mueve un monto de recursos mucho mayor que el cruce de efectivo transfronterizo pero cuantificar esta masa de recursos es casi tan difícil como establecer con precisión la cantidad de divisas provenientes de la legitimación de capitales que circulan en la economía.
Colombia le ha apostado a la Economía Naranja porque necesita encontrar la manera de sustituir el 15% del PIB que hace 20 años se estimaba que representaba el dinero producto del crimen organizado (narcotráfico, secuestro, extorsión, etc.): en la actualidad se estima que 2 del 5% que crece el país anualmente es resultado SÓLO del narcotráfico y legitimación del 30% de los narcodólares.
Estados Unidos, Rusia y China prefieren cerrar los ojos ante las posibles dimensiones de la economía criminal en sus territorios. Pero todos sabemos que la fracción es gigante.
La Economía Naranja es una oportunidad de crecer, resolviendo las injusticias históricas a través de la movilidad social producto de la educación, la innovación y el conocimiento.
En Venezuela sabemos de movilidad social a partir de la educación más que ningún otro país en la región. Un venezolano inventó la vacuna de la lepra, otro dirige el MIT y el sistema nacional de orquestas infantiles y juveniles es un modelo para el mundo.
Esto sin contar que la orimulsión debería fluir en nuestras termoeléctricas, al igual que en otras tantas en Italia y Japón.
El petróleo todavía puede ser una palanca, pero cambiar el modelo de desarrollo es algo que ya estamos haciendo solos y a la cañona.
Por fortuna, la necesidad es la madre de la innovación. Solíamos ser creativos. Ahora tenemos la necesidad de serlo. Mucha.
Y talento… aunque no necesariamente TODO dentro de nuestras fronteras. Pero el mundo ha cambiado y eso hoy importa menos. Así que, sin duda, es el momento.
¿Podemos pues volver sobre nuestros pasos de los 80s y 90s y seguir creando la cultura y el #EfectoNaranja?
Las empresas de doblaje, el boom gastronómico y las apps de pagos son un buen comienzo.
Pero tenemos mucho más para ofrecer y que ganar al ofrecerlo. Por eso los 366 día de 2020 resultan un lienzo perfecto. Y no vale un “mañana empiezo”.