miércoles, 10 de abril de 2019

PAÍS BUDISTA

"Los efectos del apagón constituyen la tragedia civil más grande que ha sucedido en un país sin guerra", Ing. José Ma. De Viana.

Elibeth Eduardo | @ely_e

No importa que tan buena persona crea que es, frente al actual colapso eléctrico quienes vivimos en Caracas y sus alrededores dudamos.
Porque es una pesadilla. Pero una que nos fue evitada por más de una década sin que nos importaran las 32 horas que, en promedio, pasaba el 30% de Cumaná sin luz. Ni la tragedia de San Cristóbal que (como hoy Lara) debía lidiar también con la falta de agua, gas, internet y gasolina.
Así que no hay forma de que el resto del país se conduela del Este de la capital cuando las urbanizaciones en Vargas, alrededor de la autopista Gran Mariscal de Ayacucho y algunas en El Paraíso tienen hasta años que viven tanto de las cisternas como del uso creativo del agua de lluvia.
De hecho, las imágenes que dieron la vuelta al mundo sobre el consumo de agua del Güaire jamás precisaron que las primeras en Caño Amarillo no eran lo que parecían: la toma es tan de montaña como las del Ávila y quizás más que las que generan filas en la autopista hacia Guarenas. 
Ninguna de ellas es la panacea ni deben tenerse por potables, según los expertos. Pero tampoco califican como "aguas servidas".
No obstante, en un país devastado por una guerra (@aroliveros dixit) llamada "chavismo" cualquier desgracia es posible: la objetividad del periodismo global cayó derrotada por el afán de dejar a la nomenklatura lo peor posible en todos y cada uno de los idiomas. 

LOCURA CORRIENTE. Es claro que ni el régimen ni la ciudadanía de la gran Caracas estaban preparados para quedar con las ancas al aire: todo el impulso y efecto del plan modernizador del país que iniciaron los adecos en el 45, que Pérez Jiménez continuó como si fuera suyo y que se agotó en el primer periodo de Carlos Andrés Pérez duró hasta el jueves 7 de marzo, luego de la insuficiente actualización de los 90 y los 20 años de desinversión, saqueo y destrucción de la revolución bolivariana.
Pero la coalición en el poder (y su pensamiento mágico caribeño) nunca aceptó que no podían seguir disfrutando de todo sin invertir ni pagar nada. Ellos, que son la muestra del fracaso cultural de la Venezuela saudita,  dilapidaron la posibilidad de ser reverenciados por sus logros materiales como Fujimori o Pinochet. 
En cambio, se comieron en sancochos todas las gallinas de huevos de oro y rumiantes gordos. Ahora, que solo tienen flacas, están descubriendo que no saben ni qué carajo engorda a las vacas.
Su negación delirante compite con la ciudadanía opositora, demandante de que se cumplan los cronogramas de suministro de agua mientras esperan el Metro.
Es claro que no les llegó el memo con la notificación de que - como advirtieron los botados del PDVSA en 2.002 - el país en que se podía disfrutar de todos los servicios públicos al mismo tiempo no existe más. Que demorará tanto en colapsar es obra de la inercia de la que nos habla la termodinámica.

EL MÍTICO LLEGADERO. Cumplida la amenaza tradicional de "cuando el destino" nos alcance, la nomenklatura gobernante ya no tiene un "gobierno anterior" a quien culpar porque, además, el colapso actual no tiene precedentes en la historia del siglo XX: en todos los demás gobiernos cualquier cosa funcionó mejor. 
Mientras, como los buenos budistas, aprendemos a dar gracias por el agua que bebemos, por bañarnos y ver la TV antes de dormir.
Pero no somos ángeles. Aunque celebremos cada pequeño triunfo, no hay aceptación de la tragedia.
Solo paciencia alimentada por una furia fría, sorda e incansable que nos lleva a realizar plegarias que no debería escuchar ningún Dios digno de ser alabado.
Sabemos que debemos sentirnos mal al desear que los 300 ministros y 3.000 generales que han respaldado al régimen vivan la décima parte de lo que sufren seis meses sin agua en Tucupita; así como una centésima parte del arrase de la bella Maracaibo.
Que pena... no me da culpa, segura como estoy de que ya hay un lugar en el infierno para la cúpula y sus aliados.
La única compensación de que no tengan capacidad sino para agravar el colapso es que ellos mismos se dieron el país por cárcel. 
Ojalá que estén re evaluando el exilio porque siempre habrá un venezolano fuera que se encargará de que sea lo más miserable posible.
Esa es una poco budista pero absoluta certeza.

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