domingo, 28 de febrero de 2010

Hablemos de INVICTUS

ELIBETH EDUARDO

A simple vista, amenaza con ser una película gringa cualquiera: héroes que vienen de abajo: auténticos losser que, sin embargo, se sobreponen a las adversidades con gran esfuerzo personal y logran el éxito. Contra todo pronóstico.
No obstante, las diferencias con una película estadounidense tradicional son también evidentes. En primer lugar, no aparece ningún gran héroe americano a salvar el día, elegido por los dioses de rigor y quedándose con la chica (como ocurre en la linda pero innegablemente gringa AVATAR).
Luego, la magistral dirección de Clint Eastwood nos libra de situaciones simples pese al final predecible y, finalmente (aunque no menos importante) ayuda en la diferencia el que la historia de INVICTUS sea un hecho real, al igual que sus protagonistas...

No hablemos de cine. Podríamos centrarnos en si creo que Invictus merece o no el Oscar a mejor película por encima de Avatar, la favorita.
Sin duda, creo que la dirección y el guión de Invictus son infinitamente mejores que los de Avatar.
Pero son los elementos políticos y no los artísticos los que motivan esta nota sobre esa producción. Así que no hablemos de la película sino de la historia detrás.
También - a simple vista - INVICTUS es un homenaje a Mandela al cumplirse 25 años de su liberación. No obstante, la consigna que promueve el film la describe con exquisita simplicidad: "Necesitaban un líder. Él les dio un campeón"... y, al hacerlo, Mandela ganó su pase a la historia como una de los líderes positivos y de las personalidades más brillantes del siglo XX, junto a Juan Pablo II, Teresa de Calculta, Walessa y Gorbachov.
¿Cómo? Mostrando claramente la diferencia entre un campeón/héroe y un líder de primera línea y dejando en claro que la expresión "se es líder para lograr que los demás actúen como uno dice" está sutilmente equivocada: eso también lo logra un jefe a partir de la autoridad.
Lo que demuestran Pienaar y Mandela en las estupendas actuaciones de Damon y Freeman es cómo un líder simbólico influye (no pide, no ordena) sobre otros, aunque estos no sean sus seguidores naturales: no importa el líder sino la visión del mundo que es capaz de inspirar en otros logrando que la hagan suya y la logren no por sino con él.

Visión 360. Quizás lo mejor de INVICTUS esté en lo que suele acompañar a cualquier buena historia, es decir, que nadie ve las mismas anécdotas en ella.
Así, mientras algunos como mi amigo que estudió en Ohio, Rubén, la ven como una película gringa, hecha para un público gringo a propósito de la transición en una sociedad racista que supone la elección de presidentes negros (Mandela en Suráfrica, Obama en Estados Unidos). Otros se quedan con el liderazgo estratégico de Mandela, acompañado de suspiros de envidia por lo que no tenemos.
Un tercer grupo, inclusive, mira hacia el pasado buscando las similitudes de Mandela con nuestros líderes históricos como Betancourt mientras otros tantos olvidan a los dirigentes para comparar tensiones: las grandes heridas de la sociedad surafricana post-apartheid frente a los "rasguños y fisuras" superficiales que - indiscutiblemente - nos está dejando en Venezuela la era chavista.

Nación "Arcoiris". Prefiero, en cambio, quedarme con esa parte de la anécdota (poco percibida) sobre la "Nación Arcoiris": la inclusión sin ghetos que hiciera de las calles de Suráfrica espacios donde la exclusión ya no existiera como, por ejemplo, en Brasil donde ver juntos a personas de todas las clases y razas no produce ningún escándalo.
Pero, la nación Arcoiris estaba muy lejos al comienzo de INVICTUS: Suráfrica parecía condenada a otra guerra civil, hija de la mala resolución de los conflictos raciales post-coloniales y que todavía marcan la desgracia de buena parte del continente cuna de toda la humanidad.
Lo mejor de la anécdota de INVICTUS es que la Nación Arcoiris no existía sino en la esperanzas de Mandela: las calles en las que blancos y negros; pobres y ricos se encontraran sin asco, incomodidad ni drama no eran posibles (o deseables) ni siquiera para los más fieles seguidores del Madiba y mucho menos para los "campeones" que lograron que comenzara a nacer.
Este sueño se construyó de a poco y en colectivo por mucha gente que creía más en Mandela que en su utopía. Más importante: se construyó inclusive por gente que no creía ni confiaba en él ni en ella, pero que asumieron la difícil tarea de encarnar un símbolo.
Sí, Mandela fue un gran líder y un extraordinario estratega. Y su gran éxito fue lograr que mucha gente diera lo mejor de sí aún cuando no creyeran en lo que él creía.
Algunos apostaron a él. Otros en la gente a quienes él les confío la misión de ser más de lo que eran.
Muchos sólo cumplieron con su deber, olvidando diferencias, miedos y desconfianzas.
Todos lograron la construcción colectiva de una nación que parecía imposible.
Nos legaron una lección de liderazgo... pero también de fe. De trabajo... de la esperanza que nos hace a todos dueños de un destino mejor si estamos dispuestos a trabajar (más que a creer) que una calle y un país puede ser de todos sin que nadie pierda.
Juntos. Ni siquiera hay que estar revueltos. Sólo tenemos que bregar para que sea posible.

Enviado desde mi dispositivo movil BlackBerry® de Digitel.


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