lunes, 31 de diciembre de 2018

EL HOMBRE

"[En EE. UU. de América] donde todo hombre que no sea negro puede hacer realidad sus sueños", Duckman.

Elibeth Eduardo | @ely_e

No importan los esfuerzos sobrehumanos que hace Vladimir Putin por convencer a su país de lo contrario: la Guerra Fría terminó.
Tampoco que Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Diosdado Cabello desvaríen  al corear la lista de deseos del mandamás eslavo: hasta China reconoce que los rusos perdieron pese a que el sociocomunismo-soviético es la forma más útil para permanecer en el poder que se ha inventado desde los imperios esclavistas. 

No obstante, el sistema parido por la revolución bolchevique no ha dado señas en su historia de mejorar los resultados de gestión de Nerón o Calígula. Hasta Gengis Khan luce tolerante frente a los redentores de sus pueblos que siguen a Marx.

Por suerte, si alguien es lo bastante ciego para dudar, los resultados de NorCorea, Cuba y Venezuela son In & Im: indiscutibles e impresentables.
La pregunta es ¿por qué algunos actúan como si estuviera caliente la Guerra Fría? 
La respuesta es que su fin aún es reciente y buena parte de nuestro cine/literatura responde a la realidad de la post-Guerra Mundial. 
Ian Fleming y John Le Carré son quizás los autores de esa época cuyos personajes mejor han logrado adecuarse al siglo XXI, permitiendo a sus intérpretes ser aclamados como Daniel Craig,Tom Hiddleston y Hugh Laurie por sus roles en Skyfall (2013) y The Night Manager (2016), respectivamente.

DESNUDEZ IMPERIAL. Pero fue Irving Wallace quien creó un dilema que parece "Made in Venezuela" en The Man, novela que fue redimida a propósito de Obama.‎
Y es que el escritor judíoamericano creó en 1.964 una "comedia de equivocaciones" que anticipaba la posibilidad de un presidente negro. Sólo que entonces estaba más cerca de ser una distopía y, aunque no podía ser tomada en serio, tampoco daba risa.
Ahora la historia de Douglas Dilman evoca a Donald Trump: el status quo detrás del complejo sistema electoral y sucesoral estadounidense permitió al neoyorkino ser el epítome del Efecto "Gatopardo" mientras que, en la ficción de IW, las intrigas condujeron a un cambio aterrador por revolucionario.
De hecho, la presentación del libro habla de avanzar a una "auténtica democracia" a partir de este "accidente legal", lo cual desnuda los claustros de poder de la nación líder de occidente desde 1945.
Vargas Llosa, a su vez, ha destacado que el "tercermundismo de Trump" evidencia que la "democracia perfecta" miente al hablar de "un ciudadano, un voto" pues ignora a grandes mayorías por motivos inconfesables.
El Hombre nos dice que este traje que dejó desnudo al Imperio es antiguo. 
Y hasta sus remiendos son viejos.

DESDE LA UE. La historia de Wallace es previa a la reforma 25va. de la constitución gringa y retrata maniobras que ha inmortalizada Kevin Spacey al encarnar al temible Frank Underwood.
¿Es coincidencia que tanto House of Cards como el relato de IW muestren la importancia capital del Poder Legislativo?
No: Michael Dobbs - creador de la novela que inspira la zaga de Netflix - es inglés y el Reino Unido se define por su Parlamento tanto como por su monarquía.  
Pero la dinámica del poder en este tipo de regímenes (como nos lo muestra la serie danesa Borgen) es apenas comprensible en países presidencialistas como los de América. 
Lo más cercano a una excepción es Bolivia, en donde la reforma constitucional previa a Evo creó un sistema cuasi-parlamentario que impidió el avance autocrático del líder cocalero aunque - por ahora - no ha logrado desalojarlo del poder.
En Venezuela, la malicia cubana dejó fuera de la Constitución de 1.999 instituciones como el quorom electoral o el ballottage que habrían detenido el ascenso tanto de Voldemort como de quien es su auténtico legado: Nicolás Maduro.

DEATH LINE. Lo cierto es que, para el Wallace del 64 la única manera en que un negro llegara al poder era que estuviera de tercero o cuarto en la línea de sucesión... y más de una catástrofe generaran un vacío de poder.
Justo en ese escenario estamos en Venezuela y, por ello, la pelea de los radicales "libres, dignos e impolutos" (pero sin votos, masas y maquinarias) se ha mudado de Plaza Altamira, Madrid, Washington y Bogotá a Pajaritos y San Francisco.
Tampoco tiene sentido (para ellos) atacar al gobierno sino a los diputados "unionistas" (¿sufragistas?) que conformarán la nueva Directiva de la AN desde el 5 de enero para constituirse en una suerte de triunvirato romano a partir del 10, cuando el gobierno - repentinamente - pase de ilegítimo a ilegal. Tal es el cálculo detrás del delirio de estos grupos.
Llama la atención que la santidad de sus motivos no les impulse a convocar unas primarias o exigir que sean los diputados más votados (o sus suplentes) quienes asuman la nueva directiva.
No: intentan desconocer los acuerdos vigentes pero sin proponer nada más democrático, transparente o conciliador.

LOS BIENAVENTURADOS. Ellos - como el chavismo y el madurismo - son depositarios de los métodos políticos de la Revolución Bonita y lo que fue la izquierda venezolana hasta Voldemort. Es decir, no saben fomentar nada distinto a la división.
No obstante, su olfato histórico es tan impecable como nauseabundo su oportunismo pues sólo respetan la majestad de la Asamblea Nacional cuando - casualmente - coincide con sus argumentos.
Como sea, hasta ellos han tenido que reconocer que la directiva parlamentaria que se instalará el próximo 5 de enero va a pasar a la historia, lo sepan o no sus protagonistas.
De cumplirse los pronósticos Guaidó, Zambrano y González podrían ser los próximos mártires de la República, inquilinos de la Tumba o Padres de la Patria.
Al igual que en la película que le dio todos los premios a Gary Oldman, los tres van a descubrir (sonriendo y con los dientes apretados) que las horas más oscuras de una nación no son los que se viven durante una guerra.
Las batallas políticas pueden ser tanto o más aterradoras.
E igual de mortales. Y definitivas.

Enviado desde mi smartphone BlackBerry 10.

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